Monday, April 27, 2009

¿quien dijo que Juan Bosch murió?



Entrevistas imaginarias
¿Quién dijo que Juan Bosch murió?

Es cierto que físicamente partió hacia lo ignoto el primero de diciembre de 2001, pero esta ausencia no ha borrado su pensamiento luminoso, ni sus sabias enseñanzas. Es lo contrario: en estos tiempos desmoralizantes y de una abrumadora avalancha que pretende borrarnos la Memoria Histórica, cobran mayor vigencia las lecciones dejadas por ese Maestro de la Política, aunque muchos hayan perdido la senda de patriotismo, de dignidad y de honestidad que él trazó. Esos son indignos de mencionar su nombre, mucho menos decir que siguen su ejemplo con una hipocresía que lleva el signo de la mentira.
Hace unas noches, afectado por el insomnio, decidí tomar la brisa fresca bajo una gigantesca mata de pino araucaria en el jardín de mi casa. Eran alrededor de las 11 de la noche cuando sentí unas suaves pisadas que se acercaban a donde me encontraba. Es inexplicable que mi fiel Doberman no diera un aviso, un gruñido siquiera, como hace siempre que se acerca un extraño. No para mí, que lo conocí en 1963 y fui uno de los primeros periodistas en entrevistarlo en su despacho en el Palacio Nacional.
Estaba elegantemente vestido, con un traje azul oscuro y una corbata color zapote. Sus cabellos parecían un copo de nieve y sus zapatos negros brillaban a la luz de la luna, como vi también que brillaban sus ojos intensamente azules cuando se me acercó, tendiéndome la mano.
--Hola, Estrella Veloz, buenas noches. He venido a saludarte y espero no perturbar tus meditaciones.
--Oh, no, profesor. Buenas noches. Es un privilegio tenerlo por aquí, siéntese por favor.
Se sentó en una mecedora que estaba a mi lado, no sin antes percatarse de que no tenía polvo. Era muy estricto en la limpieza.
-- Siempre recuerdo aquella entrevista que me hiciste, cuando mi ministro de la Presidencia, Abraham Jaar, te llevó a mi despacho. Te ruego me perdones que yo mismo te haya pedido tu libreta de notas para escribirte las respuestas a tus preguntas. Es que muchas veces tergiversaron mis palabras, y por eso a menudo recurrí a ese método, que me permitía poner los puntos, las comas, y el punto y coma donde realmente deben ir.
--Créame, profesor, que aprendí mucho de eso, como también cuando usted, a su regreso al país en plena revolución en 1965, me llamó la atención porque en una oportunidad escribí un artículo en el que, al referirme a usted, dije “el discutido político”. No olvidaré nunca que antes de su primera conferencia de prensa en la casa de su hermana, en la calle Polvorín casi esquina Mercedes, en medio de un mar de periodistas de diversas nacionalidades, usted me llamó y me dijo discretamente, como si el tiempo no hubiera transcurrido: “Estrella Veloz, leí tu artículo de hace dos años en el que te referías a mí y dijiste “el discutido político”. Eso es un pleonasmo. Todo político es discutido. Un pleonasmo es una figura de construcción en el idioma, que consiste en emplear en la oración uno o más vocablos innecesarios para que tenga sentido completo, pero con los cuales se añade expresividad a lo dicho; por ejemplo, lo vi con mis propios ojos. ¿Comprendes?
--Sí, señor. Pues bien, profesor, a partir de ahí decidí profundizar en la lengua española, y creo haber logrado algo. Pero dígame, ¿cómo se siente usted? ¿Qué haría si en estos tiempos usted fuera el Presidente de la República Dominicana?
--Los tiempos han cambiado mucho—dijo Don Juan con un suspiro—. Hoy día, lamentablemente, la mayoría de los dirigentes políticos, sindicales y profesionales parece que solo persiguen fines personales, sin pensar en la Nación. Promueven luchas sin sentido. Los partidos se dividen y los sindicatos también, y eso no es bueno. Esas luchas estériles solo conducen al odio y a la división; y esto es todo lo contrario a lo que predicaba Juan Pablo Duarte, nuestro Padre Fundador. Hoy día, muchos de ellos se han corrompido por ese afán de lucro y protagonismo. ¡Pobrecitos! Me dan mucha pena, pues el país no se merece eso. Y, desgraciadamente, los Gobiernos a veces tienen que ceder, para no ser derrocados o para evitar la ingobernabilidad. Es decir, lo digo con escrúpulos, hoy día todos esperan “la ración del boa” para quedarse tranquilos, aletargados. Me parece que debido a mi formación doméstica y por el respeto a los principios de Hostos y las enseñanzas de Martí, no podría adaptarme a esas exigencias. Pero, bueno, cada quien tiene sus propias ideas, sus propias iniciativas para hacer las cosas.
--¿Cree usted que Leonel Fernández es un buen Presidente?
--No me cabe la menor duda; lo que sucede es que muchas veces el pueblo, al que todavía le falta mucha formación política, no entiende la realidad dominicana en cuanto se refiere a poder gobernar. Los grupos de poder son insaciables, y en estos tiempos hay que complacerlos para que el país no se vaya a pique. Hay confederaciones y sindicatos también insaciables; sus líderes son verdaderos lumpen proletarios, aunque algunos son ricos. Vuelvo y reitero que Leonel es un diamante sin pulir, pues todavía no ha dado todo lo que puede dar. Ese tiempo llegará, no cabe duda. Si hay algo que podría objetar es su forma de proteger a algunos amigos, que le hacen más daño que bien a su gobierno. Esa es una debilidad del doctor Fernández.
--¿Podría usted abundar sobre esto?
--Sí, le diré; en una ocasión, siendo Presidente, advertí al país que un Presidente de la República no tiene amigos ni enemigos, ni arientes, ni parientes. Y dije también que si algún amigo nuestro, algún miembro dirigente, destacado o no, del Partido que ganó las elecciones, comete un delito grande o pequeño, que sepa que va a tener que enfrontar los tribunales.
--Hasta ahora, don Juan, eso no ha ocurrido en nuestro país.
--Eso es malo, porque el gobierno democrático en el cual se permitan negocios sucios es un gobierno democrático que se desacreditará y, por tanto, la democracia será destruida fácilmente en ese país. Nosotros nunca permitimos que se desacreditara la democracia por negocios sucios, por mal uso de la autoridad para hacer negocios.

--El Presidente Fernández, a propósito de una serie de protestas populares realizadas en el país, anunció recientemente que se reunirá con los líderes comunitarios y con los síndicos, para reparar calles, caminos y atender otras necesidades de sus respectivas demarcaciones. ¿Qué le parece eso, Profesor?
--Eso está muy bien, pues un gobernante democrático debe tener oídos bien abiertos para oír la verdad, ojos activos para ver lo mal hecho antes de que se realice, mente vigilante para que nada ponga en peligro la libertad de cada ciudadano, y un corazón libre de odios, dedicado día y noche sólo al servicio del pueblo.
En este punto, noté a don Juan un poco irritado, aunque trataba de no aparentarlo, pues sabía que estaba en casa ajena. Por eso traté de cambiar de conversación:
--En el sitio donde usted está, ¿se ha encontrado con el doctor Balaguer o con el doctor Peña Gómez?
--No. Ellos están en lugares diferentes, en otras dimensiones. Con quien a veces comparto es con Martí, con Máximo Gómez, y también con Pedro Henríquez Ureña. Hablamos de política y de literatura. Pero si algún día me encuentro con el doctor Balaguer o con el doctor Peña Gómez, les preguntaría si no les da vergüenza lo que está sucediendo en sus respectivos Partidos. Eso es cosa de locos; así no llegarán nunca al Gobierno, ni se ganarán el respeto de la sociedad.
--Si existiera la reencarnación, en quien desearía reencarnar, Profesor Bosch.
--En mi abuelo Juan—dijo rápidamente—porque de él aprendí la honorabilidad, la firmeza, la ética y la moral que luego puse al servicio del pueblo dominicano.
--¿Es cierto, don Juan, que en alguna ocasión usted utilizó el seudónimo de Stephen Hillcock, un dato poco conocido?
--Si, es cierto, pues con ese nombre firmé algunos cuentos también pocos conocidos, que publiqué en la revista Alma Latina, de Puerto Rico, en vista de que tenía un contrato de exclusividad con la revista Carteles, de Cuba.
--Me gustaría saber algo, don Juan, y es lo relativo a…
--Estrella Veloz, siento mucho no poder responderte más preguntas; pues tengo que irme. Te prometo volver por aquí en otro momento. Pero tengo que irme, pues ahora es que recuerdo que tengo una cita con mi amigo Mario Guzmán, aquel que me inspiró para escribir el cuento La Mujer, que en realidad comenzó como una carta que le escribiría.
Don Juan se despidió con afecto y, tras su partida, en el firmamento miré una estrella luminosa que de repente me pareció amarilla, solitaria en un cielo morado, como la del símbolo de su Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

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Saturday, April 11, 2009

se creen líderes

Se creen líderes
Son fácilmente reconocibles, pues usan boinas negras de la década de los años 60 y lucen barbas de sociólogos trasnochados, cuando no lentes de concha que no hacen más que aumentar su ceguera política. Su discurso suena hueco y pasado de moda.
Saben de todo: de música, de literatura de solapa (nunca han leído un libro) de economía, agricultura, recursos hidráulicos, deportes, ecología, sociología y farándula, aparte de que son expertos en mezclar el discurso político con la demagogia populista, no faltaba más.
Se les encuentra en los sindicatos, en las asociaciones profesionales, en las tertulias de café, en las reuniones sociales y hasta en las iglesias, porque son firmes devotos de san Cocho aunque no creen en Dios.
Siempre comparecen ante la radio o la televisión, sea mediante presencia física o como “interactivos”, para dar cátedras de cómo se debe gobernar, aunque hay dudas de que puedan gobernar su propia casa, donde no paran un minuto porque se los impiden las actividades políticas.
No tienen trabajo conocido, aunque pocas veces están escasos de fondos, y andan en vehículos que las malas lenguas dicen son exonerados, pues para eso está bueno el Gobierno, no jodais, hombre.
Todos son anti-reeleccionistas, pero se reeligen en sus respectivas organizaciones, a cuyo seno llegaron como “niños de teta” y hoy son casi ancianos.
Pontifican contra la corrupción y la delincuencia, pero se les haría muy difícil explicar sus propias riquezas y el por qué de su apoyo a los actos delincuenciales, cometidos en nombre de las luchas sociales a las cuales el pueblo tiene derecho.
Se creen líderes, y por eso cuando notan la presencia de fotógrafos o camarógrafos inflan el pecho, adoptan poses doctorales y carraspean, como buenos actores antes de comenzar el espectáculo.
Se dicen partidarios de la libertad de expresión, pero no dejan hablar a sus contrarios cuando participan en algún debate radial o televisivo, rara forma de practicar lo que predican.
Nunca pierden la oportunidad de criticar “al capitalismo yanqui explotador”, pero muchos son verdaderos capitalistas, visas norteamericanas por diez años incluidas, con lo cual parece cobrar validez el argumento de que al imperialismo “hay que combatirlo en sus propias entrañas”.
Critican la intervención extranjera en los asuntos domésticos, pero cuando la misma les favorece entonces la respaldan, por aquello del “internacionalismo”, aunque no sea proletario.
Hablan “en representación del pueblo”, que nunca los ha elegido, para despotricar contra los gobernantes democráticos que sí fueron elegidos por la mayoría del pueblo, vaya paradoja, entre ellos Leonel Fernández.
Se creen líderes, pero cuando suelen participar en alguna elección en búsqueda de una regiduría o diputación, sacan menos votos que si el aspirante fuese Popeye el marino o el Pato Donald, dignos representantes de la sociedad de la opulencia.

Esos que se creen líderes olvidan que para ser tales tienen que despertar pasiones: amor y odio, gloria y repudio, aceptación y rechazo, admiración y envidia, pues de lo contrario se trata de figuras amorfas y sin carisma, insípidas, que podrá reunir miles de personas en un encuentro político, pero que a la hora de la verdad no lograrán la trascendencia necesaria para que los congregados se sacrifiquen a favor suyo.
¿Por qué ilustres ciudadanos, ejemplos de virtudes cívicas reconocidas a nivel nacional, no pueden considerarse líderes? Sencillamente, porque nunca despertaron pasiones que les permitiera ser amados y repudiados al mismo tiempo. En nuestra historia aparecen numerosas figuras políticas que fueron líderes y otras que se creyeron tales, ambas claramente diferenciadas. Los primeros lucharon en defensa de firmes ideales o de sus propios intereses personales; los que se creyeron líderes confundieron el deseo con la realidad, pues apenas algunos trascendieron y su legado fue y es francamente lamentable. En el plano político, para ser un líder no basta con tener experiencia de Estado por haber participado en la llamada “cosa pública”. No. Es necesario tener también una visión de futuro, un don que le permita anticiparse a los acontecimientos y crear las bases fundamentales del porvenir, sin detenerse ante nimiedades que, si bien son escollos, a la postre pueden ser también enfrentadas con buen éxito.
¡Ay, cuánta pena nos da ver a tantos que se creen líderes, y que apenas despiertan sentimientos de rechazo!
santiagoestrella2000@yahoo.com

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